Del otoño que termina hoy recuerdo una tarde en el jardín de casa. Los niños jugaban dentro y yo tenía la mirada clavada al otro lado del cristal. Sólo había hojas. Muchas, porque no hacemos caso al jardín. Pero saqué la cámara para entender a qué venía esa llamada.
Tras media hora rebuscando con la cámara entre los restos de la higuera, entendí: eran hojas muertas en una tierra fértil. Se me encogió el estómago.
Efectivamente, no tenía una buena tarde.
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