A veces trabajo sola, sin asistente, y necesito ser mi propia doble de luces. Me apunto con la cámara como si fuera una suicida de la imagen y voy jugando a la ruleta rusa mientras calculo la apertura del diafragma que necesitaré. Así, sale una serie de fotos fallidas al principio de cada tarjeta de memoria. Todas están desenfocadas, sobreexpuestas, demasiado oscuras, mal compuestas. Son autorretratos a ciegas con intencionalidad puramente técnica y, por eso, exentos de ambición o cálculo. Y al cabo de tres años les estoy cogiendo cariño, es como si yo misma me pillara desprevenida.
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